Acabo de despedirme de tu madre, sé que las amarías. Ella no es perfecta, sino porque tiene una manera increíble de ver el mundo que hace que incluso los días malos parezcan un poco menos duros. Su risa arrasa sin permiso y su mirada parece tener todas las respuestas. Sus ojos marrones son un refugio inesperado, cálidos, sin esfuerzo, como si guardaran una luz propia. Su cabello corto le enmarca la cara con una simpleza que parece elegida por el universo, como si no necesitara adornos porque ya es suficiente con existir. Tiene esa capacidad de explicar el mundo sin complicarlo, de ordenar el caos con palabras que no pretenden nada más que compartir lo que ve.
Si tú existieras, te enamorarías de ella desde el primer día.
A veces me sorprendo imaginando cómo sería verte crecer. Te veo aprendiendo a caminar, tambaleándote por la casa, cayéndote y levantándote con esa valentía natural que tienen los niños. Te imagino haciendo preguntas imposibles en el desayuno, dibujando universos con crayones, riéndote con la boca llena de dientes chuecos. Te escucho repetir mis frases sin entenderlas del todo, copiando mis gestos, heredando mis defectos y mejorando con la guía de tu madre, que nos hace mejores a ambos. Te veo aprender a leer, descubriendo los libros que tanto me costó terminar.
Luego te imagino en la adolescencia, discutiendo conmigo sobre cosas que tú crees nuevas y que yo también creí nuevas cuando tenía tu edad. Me veo pidiéndote perdón cuando me equivoque e intentando ser mejor porque tú estás mirando.
Pero cuando cierro los ojos un poco más, aparece la otra imagen: la del mundo que no sé si sabría darte. No tengo la certeza de poder ofrecerte seguridad ni estabilidad, y me pesa admitir que ahora mismo estoy tan deprimido que ni siquiera llamo a tu madre, aunque sé que ella siempre contesta. Aunque cuando salgo con ella, incluso en mis peores días, logra mejorar el mundo un poco, como si la tristeza retrocediera con solo verla llegar, pero me pesa cargarle tanta responsabilidad, ella no se merece que alguien apague su luz. Me hace dudar de mi capacidad para sostener algo tan frágil como un futuro como el que mereces.
Y sin embargo, mientras pienso en ti, inevitablemente vuelvo a ella. A su forma de iluminar una habitación con una risa que aparece sin aviso, capaz de romper cualquier gris que el día cargue encima. A lo fácil que resulta esperar un poco más del mundo cuando ella sonríe. A esa esperanza silenciosa que nace solo por verla existir. Esa risa es, muchas veces, la razón por la que sigo avanzando, incluso cuando todo alrededor parece perder color.
La sola idea de ti me llena de amor. Un amor que no necesita existir básicamente para ser verdadero. Porque si llegaras a existir, te amaría en cada intento, en cada caída, en cada silencio compartido. Te amaría con mis dudas, mis fallas, con todo lo que soy y lo que no he logrado ser. Y si no llegas a existir, si solo quedara de ti estas palabras, quiero que sepas que pensé en ti con ternura. Que tu madre está aquí, riendo y soñando, sin saber que, en algún rincón de este futuro imaginado, ya la amas sin haberla visto nunca.
